Activos físicos: el valor de lo tangible
En las últimas entregas del Mapa de las inversiones recorrimos dos grandes universos. Primero, el de las inversiones financieras, ese mundo de acciones, bonos y fondos donde el dinero se mueve con velocidad, buscando rendimiento y liquidez. Luego, exploramos los mercados privados, un terreno menos visible pero cada vez más relevante, en el que se invierte directamente en empresas, startups o fondos de capital sin cotización pública, apostando al crecimiento a largo plazo y a la creación de valor.
Hoy, seguimos avanzando por este mapa y llegamos a una categoría muy distinta: la de las inversiones en activos físicos. Un espacio donde el valor no depende de una pantalla ni de una cuenta de inversión, sino de algo tangible.
El valor de lo tangible
Los activos físicos han acompañado al ser humano desde mucho antes de que existieran los mercados financieros. La tierra, la vivienda o los metales preciosos fueron, durante siglos, las formas más comunes de preservar riqueza. Y aunque el mundo financiero haya ganado protagonismo, los activos físicos siguen ocupando un lugar esencial en la estrategia de quienes buscan diversificar y resguardar su patrimonio.
En el fondo, su atractivo radica en algo profundamente humano: la seguridad que ofrece poseer algo que existe. En tiempos de volatilidad o crisis, saber que una parte de nuestro patrimonio está “anclada” en el mundo real puede brindar una tranquilidad que pocos activos financieros logran igualar.
Bienes raíces: estabilidad con ladrillos
Los bienes raíces son el ejemplo más clásico de inversión en activos físicos. Comprar una vivienda, un terreno o un local comercial puede generar ingresos por alquiler o por revalorización del inmueble con el tiempo. Además, suelen funcionar como una reserva de valor frente a la inflación, ya que los precios de las propiedades tienden a acompañar el crecimiento general de los precios.
Sin embargo, su principal ventaja, la estabilidad, también es su mayor limitación. Requieren un capital inicial elevado, mantenimiento, impuestos y paciencia. No son activos líquidos: vender una propiedad puede llevar meses, y los retornos suelen llegar a largo plazo. Por eso, más que una apuesta rápida, son una inversión que construye patrimonio con el paso de los años.
Infraestructura: invertir en la base de la economía
Más allá de los inmuebles, otro tipo de inversión en activos físicos es la infraestructura: carreteras, aeropuertos, redes eléctricas o plantas de energía. Son proyectos que hacen posible el funcionamiento de la economía y, por eso, ofrecen flujos de ingresos estables y predecibles.
Por su magnitud y complejidad, acceder directamente a este tipo de activos no suele estar al alcance de un individuo, sino que se realiza a través de fondos especializados o asociaciones público-privadas. Su principal atractivo es la estabilidad y la resistencia ante los ciclos económicos, pero también presentan desafíos, como la baja liquidez o la exposición a decisiones regulatorias y políticas.
Materias primas: valor en lo esencial
El oro, la plata, el petróleo, el gas, el cobre o los productos agrícolas como la soja o el trigo son ejemplos de materias primas, también conocidas como commodities. Son los insumos básicos de la producción global, y su valor depende de la oferta y la demanda internacional.
El oro, en particular, es considerado un “activo refugio”, buscado en momentos de inflación o incertidumbre. Las materias primas permiten diversificar una cartera y protegerla frente a la pérdida de poder adquisitivo del dinero. Sin embargo, su precio puede ser volátil: se ve afectado por el clima, los conflictos geopolíticos y los cambios en el comercio global.
Aunque existen quienes invierten directamente en bienes físicos, la mayoría accede a este mercado a través de instrumentos financieros, como fondos o ETFs que replican su valor. Así, se puede participar del movimiento de estos activos sin asumir los costos y riesgos del almacenamiento o la logística.
Activos productivos: cuando el capital trabaja
Otro tipo de inversión en activos físicos son los activos productivos, como maquinaria, equipos industriales, vehículos de transporte o instalaciones de energía renovable. En este caso, el activo no sólo conserva valor, sino que también genera ingresos directos.
Invertir en activos productivos requiere mayor involucramiento y conocimiento técnico, ya que el retorno depende del uso eficiente y el mantenimiento del bien. Por eso, suele ser una alternativa más habitual en el ámbito empresarial o en proyectos colectivos que buscan combinar impacto económico con rentabilidad. En muchos casos, el capital “trabaja” de forma literal: el activo se utiliza para producir bienes o servicios, generando flujos constantes de ingreso.
Ventajas y desafíos
Los activos físicos ofrecen ventajas que los mercados financieros no siempre pueden igualar. Tienen un valor intrínseco más claro, ya que su precio no depende de la confianza en un emisor o en un sistema financiero. Funcionan como una protección natural frente a la inflación, y suelen aportar estabilidaden momentos de volatilidad o crisis.
Pero no son perfectos. Su principal debilidad es la baja liquidez: no es fácil vender una propiedad, un terreno o una maquinaria rápidamente sin resignar valor. Además, requieren mantenimiento, seguros e impuestos, y pueden depreciarsecon el tiempo o quedar obsoletos por avances tecnológicos o cambios en la demanda.
Por eso, invertir en activos físicos exige planificación, tiempo y una comprensión clara de los costos y riesgos asociados.
El lugar que ocupan en una cartera
Los activos físicos no reemplazan a las inversiones financieras: las complementan. Mientras las acciones y los bonos aportan liquidez y crecimiento, los activos físicos ofrecen solidez y resguardo. La clave está en el equilibrio.
Su función dentro de una cartera dependerá del perfil y los objetivos de cada persona. Para algunos, pueden representar una fuente estable de ingresos pasivos; para otros, una herramienta de preservación del valor a largo plazo. En cualquier caso, su presencia aporta diversidad, equilibrio y una conexión con lo real que resulta valiosa en tiempos de tanta digitalización e incertidumbre.
En la próxima entrega de esta serie exploraremos un tipo de inversión distinto, donde el valor no depende del uso ni de la utilidad, sino de la historia, la belleza y la emoción: los coleccionables.
LUCIA CARBAJALES