Riesgo y retorno: dos conceptos interconectados (Parte 2)

En el artículo anterior exploramos dos conceptos esenciales para cualquiera que quiera empezar a invertir: riesgo y retorno. Vimos que el riesgo representa la posibilidad de que una inversión no salga como esperamos, y que el retorno es la ganancia que podemos obtener. También entendimos que no existe una inversión completamente libre de riesgo, y que incluso los productos más conservadores pueden hacernos perder poder adquisitivo si no superan la inflación.

Ahora que ya tenemos claros estos conceptos básicos, vamos a dar un paso más: entender cómo se relacionan el riesgo y el retorno, por qué están inevitablemente conectados y cómo podés gestionar esa relación. Porque invertir no es evitar el riesgo, sino aprender a convivir con él y usarlo a tu favor.

El equilibrio entre ganar más y asumir más

Existe una regla que atraviesa toda la teoría financiera moderna: a mayor riesgo, mayor retorno esperado. Esto no quiere decir que invertir en algo riesgoso garantice que vamos a ganar más. Lo que significa es que, en general, los inversores solo están dispuestos a asumir más riesgo si hay una posible recompensa mayor. Esa recompensa adicional se conoce como prima por riesgo, y es un componente central en modelos como el CAPM (Capital Asset Pricing Model), desarrollados por economistas en la década del 60.

Este principio se puede ver en muchos ejemplos de la vida real. Una inversión en un bono del gobierno de Estados Unidos, por ejemplo, suele tener un retorno más bajo porque el riesgo de impago es mínimo. En cambio, invertir en acciones de una empresa emergente o en criptomonedas puede ofrecer rendimientos mucho más altos, pero con una probabilidad también mayor de pérdidas abruptas. En este proceso, cada quien decide cuánto riesgo está dispuesto a tolerar a cambio de un posible mayor rendimiento.

¿Qué nivel de riesgo te conviene?

Y acá entra una pregunta clave: ¿cuánto riesgo es adecuado para vos? No hay una única respuesta, porque depende de varios factores. Uno de ellos es la tolerancia emocional al riesgo: hay personas que pueden dormir tranquilas sabiendo que sus inversiones fluctúan, y otras que se sienten muy incómodas con esa incertidumbre. Otro factor importante es el horizonte de tiempo: si vas a necesitar ese dinero en pocos meses, probablemente no te convenga asumir riesgos altos. En cambio, si estás invirtiendo con un objetivo a diez años o más, podrías soportar mejor las subas y bajas del camino. Por último, tus objetivos financieros personales también importan: no es lo mismo ahorrar para unas vacaciones que para la jubilación.

El perfil de riesgo personal es, entonces, una especie de mapa que te ayuda a decidir qué tipo de inversiones se alinean con tus necesidades, tiempos y emociones. Y una vez que conocés ese perfil, podés comenzar a gestionar el riesgo de forma más inteligente.

Aprender a convivir con el riesgo

Una de las herramientas más importantes para esto es la diversificación. La idea es sencilla: no poner todos los huevos en la misma canasta. Esto puede sonar repetitivo y poco original, pero es la base de las teorias eoconómicas para reducir el riesgo en los portafolios de inversion. Invertir en distintos activos, sectores, monedas o países puede ayudar a reducir el impacto que tendría una mala noticia puntual en una sola inversión. Así, incluso si un activo pierde valor, otros pueden compensarlo.

También existen productos financieros pensados para ayudar a equilibrar riesgo y retorno, como los fondos balanceados o los ETFs (fondos cotizados), que permiten acceder a una cartera diversificada con una sola inversión. Estos instrumentos pueden ser una buena opción para quienes no tienen tiempo, experiencia, o ganas de armar su propia estrategia.

En definitiva, invertir no se trata de evitar el riesgo, sino de aprender a convivir con él. Y para hacerlo bien, es clave entender que el retorno que esperamos está directamente asociado a los riesgos que estamos dispuestos a asumir. No hay atajos: si una inversión promete rendimientos muy altos sin riesgos aparentes, es momento de investigar dónde están escondidos esos riesgos. Como diría mi madre: cuando la propina es grande, hasta el santo desconfía.

El conocimiento, en este caso, es tu mejor aliado. Saber cómo funciona esta relación te permite decidir con más claridad, más confianza y más autonomía. Porque al final del día, el objetivo de invertir no es ganar más a cualquier costo, sino acercarte a tus metas personales de forma sostenible y consciente.

LUCIA CARBAJALES

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