Ahorrás, pero igual perdés: el lado B del hábito financiero

Durante mucho tiempo, ahorrar fue sinónimo de responsabilidad financiera. Quien lograba guardar una parte de su sueldo mes a mes, podía sentirse tranquilo: ante una urgencia, había un respaldo; frente a una meta, se podía avanzar sobre la misma. Sin embargo, hoy esa lógica ya no alcanza. Vivimos en un contexto económico cambiante, donde la inflación erosiona el valor del dinero y las oportunidades de inversión están al alcance de la mano. En este escenario, entender la diferencia entre ahorrar e invertir se vuelve imprescindible para tomar decisiones conscientes sobre nuestro presente y nuestro futuro.

¿Qué implica ahorrar?

Ahorrar es simplemente separar una parte de nuestros ingresos y no gastarla en el presente. Puede parecer obvio, pero no siempre es fácil de lograr. Implica disciplina, organización y, sobre todo, una mirada de mediano o largo plazo. Los motivos para ahorrar pueden ser diversos: generar un fondo de emergencia, planear un viaje, cubrir una compra importante, entre otros.

Generalmente, los ahorros se resguardan en lugares de bajo riesgo y alta liquidez: cuentas bancarias, billeteras virtuales o incluso en efectivo. Estos formatos priorizan la seguridad y la disponibilidad del dinero, pero rara vez generan un rendimiento. De hecho, en muchos casos, los intereses que ofrecen son mínimos o directamente inexistentes.

Ahorrar, entonces, cumple una función fundamental: nos da margen de maniobra, nos ayuda a evitar endeudamientos innecesarios y nos permite tomar decisiones con mayor libertad. Pero también tiene un límite importante: por sí solo, no protege el valor de nuestro dinero en el tiempo.

El impacto de la inflación

Cuando dejamos nuestros ahorros quietos, expuestos a una inflación constante, su poder de compra disminuye. En otras palabras, con el mismo monto, podemos adquirir menos bienes o servicios que antes. Por ejemplo, si una persona ahorra $50.000 y un año después la inflación fue del 10%, esos $50.000 ya no alcanzan para lo mismo que el año anterior. El número es igual, pero su valor real es menor.

Esto significa que, aunque ahorrar sigue siendo importante, ya no es suficiente para garantizar estabilidad financiera. Hoy, es necesario pensar también en cómo hacer que el dinero no pierda valor. Y ahí entra en juego la inversión.

¿Qué implica invertir?

Invertir es destinar nuestro dinero a productos o activos que puedan generar un rendimiento con el tiempo. A diferencia del ahorro, que busca seguridad y disponibilidad, la inversión busca crecimiento. Existen distintas alternativas para hacerlo: plazos fijos, bonos, fondos mutuos, acciones, bienes raíces, entre otros. Cada opción tiene sus características, niveles de riesgo y horizontes temporales.

Invertir no significa “apostar” ni asumir riesgos innecesarios. Significa tomar decisiones estratégicas según nuestros objetivos, necesidades y tolerancia al riesgo. Por ejemplo, si el objetivo es mantener el valor del dinero frente a la inflación, existen instrumentos de bajo riesgo que pueden ofrecer un rendimiento superior al de una cuenta de ahorro tradicional. Si, en cambio, el objetivo es hacer crecer el capital a largo plazo, hay opciones con mayor rentabilidad potencial, aunque también más volátiles.

Lo importante es entender que no se trata de elegir entre ahorrar o invertir. Se trata de combinar ambas herramientas de manera inteligente. Ahorrar nos da estabilidad en el corto plazo; invertir nos permite proteger y multiplicar nuestro dinero en el mediano y largo plazo.

Cómo construir una rutina saludable de ahorro e inversión

El primer paso para invertir es generar capacidad de ahorro. Esto requiere hábitos concretos:

  • Conocer nuestros ingresos y gastos: registrar cuánto ganamos y en qué lo gastamos mes a mes.

  • Definir objetivos claros: ahorrar sin propósito puede volverse difícil de sostener.

  • Automatizar el proceso: programar una transferencia automática al comienzo del mes puede ayudar a evitar gastar antes de ahorrar.

  • Revisar nuestros hábitos de consumo: preguntarnos si realmente necesitamos lo que compramos y si hay gastos que podríamos reducir.

Una vez que logramos generar un pequeño excedente mes a mes, podemos dar el siguiente paso: informarnos sobre opciones de inversión accesibles, de bajo riesgo y con rendimientos superiores a la inflación. No hace falta empezar con grandes montos ni tener conocimientos técnicos avanzados. Lo importante es empezar, aprender y ajustar.

En definitiva

Ahorrar sigue siendo un pilar fundamental de la salud financiera, pero en el contexto actual, no alcanza por sí solo. La inflación reduce silenciosamente el valor de nuestro dinero, y si no lo ponemos a trabajar, lo perdemos. Invertir, entonces, no es un lujo ni una actividad para especialistas. Es una herramienta al alcance de todas las personas que buscan tomar el control de su futuro económico.

El equilibrio entre ahorro e inversión es lo que permite construir una base sólida para enfrentar imprevistos, cumplir objetivos y cuidar el valor del esfuerzo que hacemos cada día.

LUCIA CARBAJALES

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