El mapa de las inversiones

Cuando pensamos en invertir, lo primero que se nos viene a la cabeza suele ser comprar acciones en la bolsa o un apartamento para alquilar. Sin embargo, el universo de las inversiones es mucho más amplio de lo que solemos conocer.

Existen distintas formas de invertir, cada una con su lógica, sus riesgos, su nivel de acceso y la manera en que generan valor. Para entenderlo mejor, podemos dividirlas en grandes categorías. Conocer estas categorías es el primer paso para tener una visión clara de dónde se puede poner a trabajar nuestro dinero y qué esperar de cada alternativa.

Inversiones financieras

Son las más conocidas y accesibles para la mayoría de las personas. Se realizan en los mercados regulados y suelen contar con un grado alto de liquidez: es decir, permiten comprar y vender con relativa facilidad.

Dentro de este grupo encontramos instrumentos muy variados: acciones, bonos, fondos mutuos, ETFs, depósitos a plazo, cuentas remuneradas, entre otros. Algunos tienen un riesgo bajo y retornos más predecibles, mientras que otros ofrecen mayor potencial de ganancia a cambio de más volatilidad.

La gran ventaja de esta categoría es la diversificación y la posibilidad de adaptarse a distintos perfiles de riesgo.

Mercados privados

Aquí entramos a un mundo menos visible para el público general. Se trata de inversiones que no cotizan en bolsa y que suelen estar reservadas a inversores con mayor capital disponible o plazos más largos de inversión.

Algunos ejemplos son el private equity, el venture capital, angel investing o la deuda privada. Estos vehículos buscan aprovechar oportunidades que no están al alcance del mercado tradicional.

La contracara es que presentan menos liquidez (es decir, cuesta más vender la inversión si necesitamos el dinero rápidamente) y conllevan un mayor nivel de riesgo.

Activos físicos

Son bienes tangibles que tienen valor por sí mismos y que pueden generar ingresos o apreciarse con el tiempo. Los ejemplos más comunes son los inmuebles, terrenos, infraestructura o metales preciosos.

Este tipo de inversión suele verse como una buena forma de protegerse frente a la inflación y, en el caso de los bienes raíces, puede generar ingresos pasivos a través de alquileres.

El principal desafío es que pueden requerir un capital inicial más elevado y también pueden tener asociados costos de mantenimiento. Además, suelen ser menos líquidos: vender una propiedad no es tan rápido como vender una acción.

Coleccionables

Se trata de objetos cuyo valor depende de su rareza, demanda y atractivo cultural. Entran en esta categoría el arte, los autos clásicos, los relojes, los vinos, carteras de colección y, más recientemente, activos digitales como los NFTs.

La ventaja es que pueden revalorizarse de manera significativa y, en muchos casos, tienen además un componente emocional. La desventaja es que son mercados reducidos, poco líquidos y en los que la valuación puede ser muy subjetiva.

Inversiones alternativas

En los últimos años han surgido nuevas formas de invertir que no encajan del todo en las categorías clásicas. Hablamos de los criptoactivos, las finanzas descentralizadas (DeFi), o el crowdfunding inmobiliario y empresarial.

Son opciones innovadoras que, en muchos casos, abren la puerta a montos más bajos de inversión inicial y a un acceso digital. Sin embargo, también presentan más riesgos, alta volatilidad y marcos regulatorios prácticamente inexistentes. 

Las inversiones pueden adoptar muchas formas y no todas son adecuadas para todos los perfiles. Por eso, antes de elegir dónde colocar el dinero, conviene entender primero qué caracteriza a cada categoría.

En las próximas semanas vamos a profundizar en cada una de ellas: veremos cómo funcionan, qué ventajas ofrecen y qué riesgos implican.

LUCIA CARBAJALES

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